El último partido
Hacía un par de días que ya se sentía ese clima primaveral, que venía cargado también con ese airecito a expectativa provocado por la cercanía del acontecimiento deportivo más importante del año.
El día del estudiante, en nuestro caso, no era solamente un día de festejos y salidas nocturnas cargadas de drogas y alcohol. No es que eso no ocurriese ni que le hiciéramos asco, sino que quedaba un poco opacado al lado de la semana del estudiante, una semana entera donde no había clases, y a cambio teníamos competencias de todos los deportes: futbol, básquet, natación, volley, handball, gimnasia artística y algunos menos masivos como el ajedrez o el colado "inglés".
Algunos de los mejores recuerdos que me llevo del secundario son de esas olimpiadas, aunque también me voy con algunos medio culiados, como cuando en primer año perdí un uno contra uno de voley y me fui llorando a casa.
Imagínense el clima que se vivía en esta semana. Cada curso competía contra los demás de su año, y dado que era un colegio donde había ocho cursos por año, la competencia era apasionante: banderas, canciones, bombos, agites y una tensión constante, porque todo el tiempo se jugaba algo. Había de todo, surgían insultos, piñas, amores, había quienes esperaban está semana todo el año y quienes la aprovechaban para quedarse durmiendo en su casa y no pisar el colegio en toda la semana, pero eran los menos.
Los últimos dos años jugaban entre sí, y cada curso tenía que aliarse con otro, y ahí empieza esta historia que ocurrió mientras transitaba mi último año.
Hacía ya un tiempo que yo solo participaba jugando al fútbol, no es que sea muy malo en el resto de los deportes, o mejor dicho si, pero el fútbol no es la excepción. Simplemente pasaba que nadie quería quedarse sin jugar, y como lo que más me gustaba era jugar al fútbol, había que ceder. Igual no era fácil conseguir un lugar en el equipo eh, y menos en estos últimos años en los que participabas aliado con otro curso. Me acuerdo perfectamente el recreo en el cual Topo (así le decimos a mi amigo Ignacio, vaya uno a saber porque) y yo, transamos para conseguir un lugar. Faltaba una semana, y me acuerdo que fuimos con los del otro curso, los de Sociales, y les dijimos que si nos dejaban jugar a nosotros dos y le dejaban el equipo de noseque al resto de mi curso, no tenían que poner a nadie más de los nuestros. Cuando llegamos al aula nos hicimos los boludos, pero igual nos putearon de arriba a abajo, se avivaron, pero ya nos habíamos salido con la nuestra, calmamos las aguas como pudimos y nos fuimos contentos a nuestras casas, habíamos jugado sucio pero de otra forma seguramente no habríamos podido jugar, y después de todo, este era el único deporte que íbamos a hacer.
Llegó el día del partido, estaba nervioso: el formato de la competencia era a eliminación directa, empezando desde cuartos de final, estabas a solo tres partidos de ser campeón, pero a un solo error de quedar eliminado. Igual, con los años había aprendido a manejar los nervios, al principio la noche anterior no me dejaban dormir, ahora me jugaban a favor, jugar con cien o ciento cincuenta personas viéndome me ponía una linda presión que me hacía jugar un poquito mejor, bueno, todo lo mejor que podía jugar un dos rústico cuya mejor cualidad es ser grandote y no ponerse colorado si la tiene que revolear, nunca renegué de no tener técnica, eso no era lo mío.
Éramos un equipo bien malo, había algunos habilidosos pero el resto compartía muchas características conmigo y eso dice mucho, para colmo me dijeron que jugaba de cuatro y no de dos, pero cuando dije que no sabía (y no quería) ser el que tenga que salir jugando y me respondieron 'no va a haber salida' supe que estaba todo bien. En el sorteo nos tocó un equipo buenaso del año de abajo nuestro, nos iban a bailar y encima eran más chicos, pero salimos con toda la fé con nuestro objetivo bien claro: aguantar el empate en los dos tiempos de 10' y llegar a penales.
Empezó el partido y fue un partido bien feo, de esos que ves y aunque sean 8 contra 8 en una cancha de sintético hermosa parece un picadito en el barrio cuando son 16 contra 22 en cancha de tierra. Ellos empezaron obviamente mejor y nos manejaban la pelota, de acá para allá, nos gambeteaban, pero nosotros jugábamos con los huevasos y trababamos en cada pelota como si en eso se nos fuera la vida, y ellos no nos llegaban al arco.
El 9 culiadito me tiraba cortitos con el codo cuando lo aguantaba y yo ya me habría calentando de no ser porque antes del partido nos habían dicho que a él, que era el mejor de los otros, era muy fácil hacerlo calentar y sacarlo de partido, así que aprovechaba esas situaciones para susurrarle algunos insultos poco dignos de ser repetidos. En una jugada, el pibe se gambetea a dos de los míos con una facilidad increíble, y queda de espaldas a mi aguantandola contra el banderín del córner, y ahí lo miré, lo pensé fríamente y le pegue sin ninguna necesidad una patada criminal desde atrás. Ese tipo jugador soy yo, el público reía y me aplaudía, algunos me gritaban 'mala leche'. El cayó y la árbitro cobró tiro libre, pero no me puso tarjeta porque todo esto que les conté hasta ahora paso antes que hayan transcurrido tres minutos del primer tiempo.
Se imaginarán cómo fue el resto del partido, el público seguramente lo definiría como espantoso y aburrido. Yo te digo que esos partidos donde se raspa todo el tiempo, que se cortan por una falta cada dos por tres, son los más intensos y los más lindos de jugar. Además, en este caso, era lo que nos convenía, los líricos del otro equipo no podían mostrar lo suyo. Un par de veces casi nos embocan y tuve que pegar un par de gritos desde el fondo, porque aunque estuviera jugando de cuatro tengo alma de dos. Nosotros no le pegamos al arco en todo el partido, pero enserio te digo, no te miento si te digo que habremos cruzado la mitad de cancha cuatro o cinco veces.
Entre palos y salvadas milagrosas, sonó por fin el silbatazo final que indicaba que habíamos cumplido nuestra meta de llegar a penales. Nosotros festejamos, el público reía y nos decía que patadas como la mía no merecían pasar a semifinales.
La tanda era de solamente tres penales cada equipo. Mejor así pensaba yo, pasan los nervios rápido y que pase lo que pase. Obviamente yo no pateo penales, y ni en el más azul de los pedos me hubiera anotado para patear en las olimpíadas.
Dicen que es presión patear un penal en Primera, o en un clásico, eso dicen porque no patearon acá, pensaba yo. El público formaba una media luna desde el jugador que pateaba hasta el arco, estábamos todos ahí, el público, los equipos, los preceptores, te animaban, te insultaban, te pisaban, eso es presión.
Empezamos espectacular, nuestro arquero en un vuelo impactante atajó el primero de ellos y nuestro ocho metió el suyo. Encima ahora, después que pateó uno de ellos y lo clavó al ángulo, le tocaba patear a nuestro diez, el mejor del equipo, y empezábamos a sellar la serie. Pero acá se empezó a torcer la historia, para asombro de todos, Pancho, el diez, lo erró, y no solo lo erró, sino que lo mando a las nubes. Y de ahí en más, empatados como estábamos, todos la empezaron a meter: iban tres penales, cuatro.... al quinto me empecé a poner nervioso ¿mirá si tenía que patear? Pero no, ya lo iba a errar alguien. Al sexto ya nos tirabamos miradas asesinas con los otros de mi equipo que no querían patear, y al séptimo ni te cuento, yo prefería que lo erre el de mi equipo y perder a tener que patear. Pero no, increíblemente no lo erró, yo nunca había visto una definición tan larga ¿justo a mí me tenía que pasar? La puta madre.
No doy más de los nervios, mi equipo ni me mira, mis amigos de lejos me miran y se sonríen, como haciéndome burla. De repente soy conciente de todo, del pasto de plástico bajo mis botines gastados, del solcito pegándome en la nuca, de la gente expectante que gritaba, era el último penal y si lo erraba perdiamos. Me intenté tranquilizar, no tenía que mandarla a la mierda. Ya no podía dilatar más el momento, agarré la pelota y la acomodé con parsimonía, tomé una larga carrera. ¿La cruzo o la abro? La abro. Empecé a trotar hacia la pelota, hacia el punto penal y hacia mi destino, la gente me susurraba cosas pero de repente yo no escuchaba más nada. Le pego, va débil, apenas hacía un costado... y.... la ataja el arquero .
La mitad de la gente festeja saltando, la otra mitad se va en silencio.
¿Yo? Me doy vuelta y me río solo. Esta era una manera acordé a mi de despedirme de las Olimpiadas, otra cosa hubiera sido una ilusión.
Mis amigos se me ríen mientras me apuran para que me cambie, me voy con ellos a ver si todavía quedan sanguches de milanesa en el kiosko de la Santa Fé.
Fecha original de publicacion: 14/08/19
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