El bar
Había sido una noche muy rara. Había tomado muy malas decisiones y me fui de un cumpleaños donde la estaba pasando muy bien para (tras un giro de los acontecimientos) terminar en un antro del rock al que ni siquiera me dieron ganas de entrar.
Para que la noche no terminará así, y como todavía no había gastado plata, comencé a caminar buscando algún lugar para comer algo rico y grasoso. Quince o veinte cuadras debo haber caminado por la noche cordobesa. Al final, cerquita de la esquina de Colón y General Paz, encontré un bar abierto, con una linda promo en el pizarrón de la puerta, así que entre.
Yo no puedo entender como tan oscuro lugar pasa prácticamente inadvertido a los ojos de los miles de transeúntes que pasamos por su puerta cada día. Es uno de esos esos lugares que se hacen invisibles a menos que los estés buscando, y este estaba a nada más que veinte metros de una esquina tan conocida de la ciudad.
Apenas entré me di cuenta en que clase de lugar me había metido. Era un amplisimo salón con aproximadamente 15 mesas (nada parecido a un típico bar del centro). En una mesa había un matrimonio con un niño, todos dormitaban sentados a la mesa, a su lado había varios montones de bolsas y bolsos.
Había otras tres o cuatro mesas ocupadas, todas por una sola persona que dormitaba o le prestaba atención al televisor de tubo donde estaba puesta alguna película de terror.
Era un panorama francamente deprimente.
Tras un vistazo rápido decidí que igual tenía hambre y que en casa no iba a poder cocinar nada porque nos habían cortado el gas por hacernos los vivos, así que me acerque a la barra.
Estuve aproximadamente diez minutos haciendo fila detrás de un solo hombre, el cual intentaba contar billetes de cinco pesos, pero le costaba demasiado y además cada vez que terminaba de contar balbuceaba un número que ni yo ni la chica del local entendiamos, así que tenia que volver a empezar, así como tres veces.
La chica hablaba con una mezcla de hastío, aburrimiento y una pizca de miedo. Seguramente acostumbradisima a tratar con borrachos, le contó la plata al hombre que tampoco decía que quería, solo decía "lo dejo a tu criterio".
Pedi la promocion que me interesaba (aclarando dos veces que era para llevar) y me senté a esperar en una mesa y seguir observando el lugar. Se notaba quizás un manotazo de ahogado de los dueños por cambiar su clientela de alcohólicos, algunos cuadros modernos colgaban de las paredes y todo estaba impoluto. Pero ni eso ni la buena ubicación lograban ocultar la entrada destartalada y las paredes descascaradas.
Después de una sorpresivamente corta espera, salió de la cocina un empleado y canto mi número.
Me sorprendi al verlo caminar un poco irregularmente y reír de más (¿acaso era requisito para entrar estar dado vuelta?).
Me dio mi pedido en una bolsa de farmacia con un fortísimo olor a productos de limpieza.
Pagué, salí de ahí y me tomé un taxi a casa con la certeza de que nunca más volvería a entrar a ese lugar, aunque preguntándome si el bar seguira ahí durante el día o solo será visible las noches en las que todo sale mal.
Para rematar la historia, llegue a casa y descubrí que al lomito no le habian puesto mayonesa casera, sino que habian adjuntado unos sobrecitos de mayonesa Fanacoa.
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