Crónicas de una final

En algunos países los campeonatos de futbol son más simples, tienen más sentido, se juega durante la temporada y el que hace más puntos gana, asciende, listo, chau.
Pero bueno, en otros lugares nos gusta hacer las cosas más complicadas: que si nos dividimos en zonas, que si hacemos reducidos, que con promedios, que sin promedios.
Este es el caso de FAMAF. En muchas Facultades si te va bien durante la temporada listo, ascendés y dejás atrás esa materia para siempre. Acá no, acá lo hacen más emocionante para el cinismo del público, y por más que te vaya muy bien tenes que jugar una Final sí o sí.
Estábamos a mediados del mes de Junio, los días ya estaban fresquitos y nosotros salíamos de la facu después del último parcial. Cerrábamos una muy buena primera temporada en la categoría. Sin embargo, como era nuestro primer año como estudiantes universitarios, nunca habíamos jugado una final. En nuestro interior se libraba una batalla entre el alivio de haber salido airosos de la vorágine de parciales y la preocupación y el miedo ante la inminente final.
Bah, ni tan inminente. En realidad teníamos desde ese momento tres largas semanas sin otra obligación que preparar un solo partido. Por eso habíamos decidido que nos íbamos a tomar tres o cuatro días de descanso antes de empezar.
Yo me acuerdo que llegué a mi casa, me tiré a la cama a revisar mis redes sociales, parpadeé y ya era el día fijado para la vuelta a los entrenamientos.
En ese momento me comunique con el resto del equipo y la mayoría estuvimos de acuerdo: ¿Qué taaaan complicado podía ser? Si veníamos de una temporada buenísima, pero buenísima enserio te digo eh: el rendimiento no había bajado de 9 u 8 en ningún partido importante. Aunque con un poco de culpa, nos tomamos un par de días más, y ahí es cuando yo empecé a preguntarme: ¿estará bien? ¿no nos estaremos confiando demasiado? Nos fue bien en la temporada regular, pero ahí no tomaban teórico... ¿Será muy difícil?
Para cuándo termine de hacerme todas estas preguntas, entre numerosas siestas y noches con amigos, habían pasado dos semanas más y ahora ya no había ni un atisbo de duda: faltaba exactamente una semana para la final y yo estaba sin pretemporada y totalmente fuera de estado.
Como mencioné anteriormente, había tenido un buen desempeño en la parte práctica, pero había que empezar de cero con la teórica. El miedo ante la (ahora sí) inminente final devino en una fuerza de voluntad que cada vez se acrecentaba más. Fue una pretemporada intensa y francamente, horrible. Fueron de esos días en los que apoyas el culo en la silla a las diez de la mañana y te levantas a las siete u ocho de la noche. Mientras más pasaban los días más aumentaba la sensación de que si ya había hecho todo eso y no ganaba la final, me iba a querer matar. Para no aprobar mejor me quedaba haciendo nada una semana más. No quería esforzarme más, pero tampoco quería que el esfuerzo hasta el momento sea inútil. Los vagos somos así.
Llegué al día previo de la gran final con una preparación bastante mala, había podido estudiar el teórico pero no me lo sabía de pe a pa. Había dado un mínimo repaso a la parte práctica, pero eso no me preocupaba porque como ya mencioné en reiteradas ocasiones, eso fue lo que nos llevó rendir muy bien durante la temporada regular.

El día de la final estaba muy frío y me levante muy nervioso. Sabía que tenía más bien bajas posibilidades de ganar la final, pero una cosa me dejaba tranquilo: si perdía, no iba a ser por ser mal jugador, sino porque llegaba en malas condiciones físicas, porque no supe manejar los tiempos de la pretemporada. Pensar eso, que no era imposible sino que solo requería no ser un pelotudo, me mantenía bien.
Llegué a la Facultad y charle un ratito con mis compañeros de equipo y nos deseamos suerte antes del partido, donde como siempre el resto desaparece y el mundo son vos y la hoja. 

Entramos, la profesora nos dio una charlita para que no estemos nerviosos. No sirvió para nada, los nervios seguían en aumento y yo me empezaba a preguntar cuál era su límite, mientras pensaba eso llegaron a mis oídos las palabras de la profesora que decía:
-Pueden dar vuelta la hoja y empezar
Como por arte de magia los nervios se esfumaron para dejarme solo y tranquilo con la hoja.

La final tenía una particularidad en cuanto al tiempo, en vez de durar dos horas como los partidos normales, duraba cuatro y además, para ganar la final había que ganar la parte teórica y la práctica por separado. Como ya había tenido malas experiencias con los manejos del tiempo, decidí empezar por lo teórico, era la prueba de fuego, si lo lograba hacer bien aprobaba y ascendía y sino, a casa. A paso lento pero seguro termine la parte teórica. Batallando con mi memoria, buscando ejemplos, festejando cuando me acordaba algo y lamentándome cuando tras un largo revolver en mi cerebro no encontraba nada útil. Lo terminé con la sensación de que lo tenía en la bolsa. No había hecho todo pero si más de la mitad y eso era lo necesario.
Que sorpresa me lleve cuando empecé con lo práctico y me empezó a costar más de la cuenta, no me alcanzaba con la experiencia, ni la técnica, ni con la excelente temporada que había hecho, y el estado físico me empezaba a pasar factura. El partido se puso sucio y en la final empezaron a aparecer cosas que parecían estar hechas con el objetivo de una derrota segura: ¿por qué de repente me escribían las cosas de manera tan complicada? ¡Hablá en criollo hermano!
Los nervios empezaban a aparecer junto con la bronca. Digo, yo ya había llegado resignado, pero me había ido bien en el teórico ¿y me iba a quedar afuera por esto? Mientras tanto yo seguía batallando con uñas y dientes, e intentando rescatar puntos de cualquier lado, cada vez más desorganizado y desprolijo. El tiempo empezaba a acabarse. Dedique los últimos cinco minutos a revisar y a especular cuantos puntos del practico podía rescatar. Estaba al borde, demasiado al borde. El tiempo terminó y a diferencia de otras veces no me importó, aunque la final hubiera durado dos días no podría haber escrito nada más. No era un buen augurio.

Salí del aula con fé en que podía llevar a ascender igual, no te digo  ganar tres a cero, pero no todos los partidos hay que ganar por goleada.
Nos pusimos a hablar con el resto del equipo y ahí es cuando se me vino el mundo abajo, descubrí que por una tontera también estaba muy al borde en el teórico.
Ya está. Relaje y acepté la verdad. Con este resultado me quedaba fuera y sin vacaciones, pero no importaba, que se le iba a hacer. Hicimos vida con algunos miembros del equipo mientras esperábamos los resultados de la final. No pasó en este tramo de la historia nada digno de mencionar, salvo quizás que encontramos una verdulería decorada al estilo de los locales de "ropa urbana". Sonaba electrónica, estaba oscuro y el vendedor parecía skater. 

Finalmente, emprendimos la vuelta a la Facultad para ver si ascendíamos o no, bah, para que lo vean los otros miembros del equipo en realidad. Mi suerte ya estaba echada.

Entre al vestuario donde nos hacían pasar de a dos. Había conocidos y desconocidos, mi entrenadora de siempre, la profe, me entregó mi final, pero no tenía nota puesta. Mi corazón empezó a palpitar cada vez más rápido ¿era lo que yo creía? No estaba preparado.
Con un tímido balbuceo cargado de nerviosismo pregunté que significaba, y la respuesta fue hermosa y horrible a la vez:
-Te vamos a dar la oportunidad de aprobar con un oral.
A partir de ahí todo fue un remolino de momentos y charlas que se me mezclan unas con otras, los miembros del equipo llegaban, se ponían contentos, tristes, me deseaban suerte y yo no entendía nada de nada. Tenía media hora. Media hora para recordar todo lo que la profe nos había enseñado durante las prácticas durante el año. En un momento un desconocido se me sentó al lado, él también había corrido la misma suerte y me hablaba de porque no había llegado a resolver todo en el tiempo reglamentario, que deberían haber adicionado más, que esto que el otro, y yo lo único que quería era que se calle y me deje pensar.
Una media hora muy lenta, extremadamente lenta. La sufrí, pero también la necesitaba mucho y no quería que termine (¿y si me hacían hacer algo que no había releído?). Por fin, se abrió la puerta y dijeron mi nombre.

Me paré y me dirigí hacia la puerta. Iba con los tapones de punta. Con corazón y nada más, porque así se ganan los partidos importantes viejo. Sentía que mi vida, durante esas largas semanas desde que había terminado la temporada regular, sólo había conducido a este momento, a mi abriendo la puerta y mirando por primera vez a la terna arbitral.
Una era mi entrenadora, mi profe de siempre, había otro que no pinchaba ni cortaba, y el último es el que se convertiría en el supervillano de esta historia, en el lineman pelado que puteas todo el partido.
Empezamos con el práctico, me tiraron un ejercicio y lo tenía que hacer en el pizarrón. Los nervios me jugaron algunas malas pasadas, que se yo, dije que dos dividido uno era un medio, pero mi profe me corregía con cariño y entendimiento. Terminé y ella dijo:
-Listo, aprobado el práctico.
Y ahí le conocí la voz al lineman:
-No, lo ayudaste mucho. Que haga otro.
De ahí en más los dos jueces no pararon de mostrarse los dientes y pelearse enfrente mío, que yo no había justificado tal cosa, que si lo había dicho, que no. Hubiera sido muy interesante de ver si de esa discusión no dependiese si yo ganaba la final o no. No podía hacer más que quedarme callado y sentir oleadas de gratitud hacia mí profesora, que sin conocerme tanto me defendió a capa y espada contra los oscuros intereses de las grandes empresas y el elitismo académico.
Después de esta discusión el lineman no paraba de hacerme preguntas difíciles, y mi profe de suspirar en tono de desaprobación. Por fortuna en esos momentos me ilumine, y después de un gran tropezón saqué a flote toda mi calidad técnica como futbolista y definí de rabona y al ángulo todos los ladrillos que me tiró.
Por fin, hubo silencio, los jueces se miraron entre sí... y mi profesora me comunicó, hablando por encima del sonido de mi corazón , que estaba aprobado.
Salí del aula y camine hasta la plaza San Martín sin darme cuenta. Esa noche no pare de reír con mis amigos mientras jugábamos al Estanciero y comíamos panchos. Todo era felicidad. 
Este finde me lo tomo y el lunes mismo empiezo a estudiar para la otra Final.... ¿no?  
(Nota 16/2/2023: No, no empecé a estudiar. Lo pateé para febrero)


Fecha de publicación original: 7/09/19

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